Los peruanos nos estamos acostumbrando al bajón de temperatura durante el invierno, que trae consigo las noticias de cientos de muertes y miles de afectados por las “heladas” en los Andes y sur del país. Si revisamos los artículos anuales, entre los meses de mayo y setiembre, veremos primero cómo la agricultura y ganadería son afectados por las heladas y los friajes, seguido de las tristes noticias de los fallecidos, de niños con neumonía, y de periodistas sin poder caminar entre el hielo, y por supuesto, veremos las alentadoras campañas de donaciones de frazadas y abrigo que nos dan alivio de que algo estamos haciendo desde la capital. 

Pero estas noticias irán empeorando. Ya sea que ustedes, estimados lectores, recuerden algunas películas hollywoodenses que vaticinaban desastres mundiales debido al derretimiento polar y alteración de las corrientes oceánicas; hayan visto las increíbles imágenes de los recientes inviernos cada vez más gélidos en el hemisferio norte; o que hayan revisado los reportes del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), habrán notado que los inviernos están siendo cada vez más extremos. 

El cambio climático exacerba las temperaturas extremas: veranos más calientes e inviernos más fríos. Por ejemplo, el calentamiento del planeta y el derretimiento acelerado del ártico está trasladando ráfagas inestables de aire helado más hacia el sur, lo que ocasiona olas de frío extremo en Europa y Norte América (véase también alteraciones del vórtice polar).

Pero en nuestras latitudes andinas no solo estamos siendo amenazados por los climas extremos, sino que además somos muy débiles física, social y económicamente, es decir, somos más “vulnerables”. Me explico. En zonas lejanas y aisladas, de gran altitud, algunos de nuestros compatriotas: 1) no cuentan con una vivienda adecuada, 2) no están bien nutridos, y 3) no tienen calefacción. Perdón, en el Perú entero no existe calefacción. Podemos tener drones, celulares 5G, autos híbridos, pero no sabemos qué es vivir, trabajar o estudiar con calefacción, como muchos otros países sí la tienen desde hace muchos años.

Una buena noticia es que existe un “Plan Multisectorial de Lucha contra las Heladas y Friaje” coordinado por el Ministerio de la Presidencia, el cual dejó de ser anual y desde el 2019 abarcará tres años de actividades y con un mayor presupuesto (subió en 30% con respecto al 2018). Es sin duda un esfuerzo desde el gobierno central de incluir en su agenda este flagelo, con acciones programadas para llevar abrigo, de alerta temprana y pilotos de viviendas calientes. Sin embargo, no se ha incorporado una solución básica y efectiva que ya se ha implementado en cientos de países, desde la época de los vikingos, nos referimos a la calefacción.

Pero el calor no se cuenta, se siente. Lo comprobé el año pasado, cuando hicimos una pequeña encuesta en Ocongate, a tres horas de Cusco, camino al nevado del Ausangate, en las que nos dijeron que no necesitaban calefacción, aunque sí sabían que debido al frío había deserción escolar en el colegio de Yanacancha, a 4,400 msnm. Además, sabían que lo ahorrado en todo un año lo gastaban en medicinas y en la atención de sus hijos enfermos cada invierno, o que al turista le molesta el frío. Por eso, el Perú también merece tener calefacción, ya sea de biomasa o de otra fuente renovable, que esté en función del ecosistema local y del tipo de infraestructura de la zona. De lo contrario, el siguiente año seguiremos viendo los mismos reportajes y artículos, pero con el titular: “Y el calor, ¿para cuándo?”.